martes, 4 de octubre de 2016

«Revival»

“«Revival» significa resurrección y revalorización de estilos y modas de otra época. A continuación pretendo recuperar la memoria de unas cañas de grafito clásicas, que a mi parecer, no han sido superadas todavía en acción de pesca”


     Todos conocéis mi afición por las cañas de bambú, esos instrumentos artesanales de mosca que rezuman savia de experiencia y sabiduría, y que nos retrotrae al placer de la pesca siglos atrás, cuando todo parecía menos complicado. Son instrumentos denominados clásicos por su antigüedad, o según los tecnólogos «mosqueros» actuales, por el tipo de material utilizado: una fibra de hierba asiática, de crecimiento lento, fabricación manual y algo desfasada para los cánones actuales. Lo que no todo el mundo sabe, es que tengo el corazón  «partío», como cantaba Alejandro Sanz. Y que mi segunda amor es estas voluptuosidades de la pesca a mosca, debido a mi amada querencia por lo práctico, son unas cañas de grafito “vintage” de mitad de los 90, olvidadas en los garajes o altillos por unos, y totalmente desconocidas por otros, sobre todo por los más nuevos en estos menesteres: me refiero a las míticas cañas Winston IM6 y a las Sage LL. No pretendo hacer publicidad de unas marcas, sólo recuperar un poco de un pasado cercano que me ha influenciado, para bien o para mal, en cómo pesco y en mis preferencias actuales. Deseo que no caigan en el olvido, y que se las de una nueva oportunidad.


    Admito que soy parcial y que tengo una diferente idea sobre las cañas de lo que comúnmente se dice. Muchos expertos pescadores y revistas del sector estarían muy en desacuerdo conmigo, pero entre una mayoría de los que respeto y admiro,  creo que estamos  bastante alineados. ¿Qué importante es una caña para tener éxito en nuestras jornadas de pesca? Todo o nada, según se mire. Hace años, pescando el Alto Tajo, me ocurrió una anécdota al respecto. Coincidí en Molina de Aragón con otro pescador de mosca madrileño que quería tentar un conocido tramo libre-sin muerte cercano a Póveda de la Sierra.  Nos animamos a pescar juntos, uno al lado del otro, para recrearnos en las posturas y en los lances que nos deparaba el río. El susodicho llevaba una caña de grafito de última generación, estrella de los catálogos y revistas en aquel momento. Las truchas estuvieron muy activas por la mañana pero no consiguió sacar ningún pez. Me preguntó lo que estaba haciendo mal, y yo le dije, «es tu caña ». Se quedó atónito, « ¿Cómo puede ser posible?», replicó. «Esta es una caña XYZ y todo el mundo dice que es una gran caña». «No es la mejor caña para este tipo de ríos», le contesté. «Es muy rápida de acción, y su puntal es bastante rígido. Y cuando clavas, o rompes el hilo o rasgas la comisura de sus labios. Y otras veces  tú mismo sacas la mosca de su boca cuando das el tirón». Le dejé mi caña Winston para que probara con otro modelo durante la tarde. Y el éxito fue absoluto, sacando numerosas truchas de todos los tamaños. Este pescador,  compañero por un día y amigo para siempre, no podía creer la diferencia, y al día siguiente adquirió por catálogo una Winston del mismo modelo y longitud. Siempre que rememoramos ese día, las pocas veces que hemos podido coincidir de nuevo para pescar, me termina diciendo que para él, la Winston fue una «revelación».


    En su momento, estas cañas alcanzaron la perfección en facilidad de manejo, presentación, y capturas. Seguro que este hecho es discutible para muchos, donde meterían a la GLX de Gary Loomis o a la RPL de Sage o añadirían a las Orvis Superfine o a las insuperables Scott G.  Pero ambos modelos de cañas eran las «mías» y las que más cantidad  de capturas me han dado aquí y allende los mares. Quizá porque han sido a las que más años he dedicado, hasta llegar a ser una extensión de mi muñeca. Hoy ya son cañas clásicas, muy revalorizadas o desaparecidas del mercado de segunda mano, deseo de coleccionistas, que rara vez son vistas a pie de río.


    La sensorialidad y el disfrute del mundo de las cañas están en el centro de la pesca y de su reflexión individual. Como la mayoría de los pescadores, durante un tiempo, quise darme a la fuga por los caminos de la modernidad ya abiertos por otros.  Lo hice sin intención de rigor histórico alguno, por opiniones de los demás, de expertos «mosqueros» mercaderes sobre todo. Más tarde me di cuenta que el objetivo no era ese: se trataba únicamente de adquirir y acumular modelos de cañas supuestamente avanzadas, para intercambiar nuestras impresiones sobre los mismos en cada reunión, y aparentar modernidad y glamour. Tras una temporada, la mayoría de las veces volvía a mis modelos predilectos, reconociendo que me había equivocado en la elección: no se adaptaban a mi manera de lanzar y entender la pesca.


    Desde el inicio siempre he tenido predilección por las cañas de acción media o media rápida, ¡hecho este tan subjetivo! Eran cañas que extendían largos bajos de línea sin problemas (tema este que siempre me ha dado quebraderos de cabeza),  cargaban bien de cerca, progresivamente extendían muchos metros de línea si así lo requería, y sobre todo, no desnucaba a las truchas más chicas, volteándolas fuera del agua al primer cachete. El truco para dominarlas era el «tempo». Sentir su poder en cada movimiento de lanzado. La mayoría de las cañas fabricadas hoy son muy rígidas y rápidas, cuesta cargarlas de cerca y obliga al lanzador a hacer un duro trabajo, en vez de dejar que lo haga la propia caña. Esto afecta a la calidad de la presentación y a las lesiones de muñeca-brazo del pescador. Tienes que ser muy experto para dominarlas. Esa es la razón de que abunden tantos perfiles radicales y distribuciones de pesos en las líneas de mosca actuales.


      Las Winston IM6 y las Sage LL son óptimas para lanzar distancias cortas o medias (las que solemos hacer el 90% del tiempo), y se adaptan perfectamente al número de línea recomendado.  Cuando  investigaba para adquirir cada uno de los modelos y marcas antes referido, siempre me decían: es lo más parecido al bambú. Mantra que se repetía en tiendas de París, de Londres, Madrid o New York. Y los maestros y guías de río, de cualquier parte del mundo, no se equivocaban. Quizá por ello me pasé al bambú unos años después. Pero quien realmente me facilitó la decisión, ese empujoncito que todos necesitamos, fue Gary LaFontaine, una referencia en el mundo de la pesca a mosca. En su libro «Trout Flies», en la introducción, comentaba que durante sus cursos y charlas, todos los participantes le preguntaban cuales cañas utilizaba para su especializada pesca. Y siempre, claro y conciso, les contestaba: «La Sage LL 389, la mejor caña de mosca seca jamás fabricada». Literalmente decía «el epítome de la delicadeza práctica en cualquier tamaño de río». Algo parecido me ocurrió con Tom Morgan, propietario de Winston y excelente diseñador de cañas de mosca durante los años 70 y 80. En su biografía comentaba que tenía la necesidad de crear en grafito las mismas sensaciones que ya conformaba en sus maravillosas cañas de bambú. Y de su habilidad e ingenio, surgió la IM6 en todas sus longitudes y modelos, siendo quizá la TMF 8´ línea 4, su caña más famosa (aunque mi favorita siempre ha sido la 8´6” de línea 4 y en dos tramos).


      Craig Matthews, pescador de Montana y creador de la famosa mosca «Sparkle Dun», el cual conozco y admiro, es un fanático de esta caña y  nunca pierde la ocasión de explicar sus cualidades y beneficios: ligera, versátil y afinada en puntería. Yo nunca las he abandonado, y en mi entorno más cercano, existe un cierto «revival» de este tipo de cañas fabricadas hace más de dos décadas. Este viejo equipaje desvela al hombre pescador,
desdoblándolo en una forma material que permite adivinar, a cualquier observador imparcial, qué cosas le son esenciales, y de qué no podría prescindir ni siquiera un solo día sin sentir que pierde su tiempo  o que está fracasando. Es la encarnación de una sociología al mismo tiempo que de una psicología. Claro está, que el buen apero no es suficiente si las truchas no están a la altura, aunque yo soy de los que pienso que cuando uno se acerca al río, es muy conveniente llevar, además de buenos aparejos, una buena provisión de ánimo, de alegría, de valor y de buen humor.


     Leer en los distintos foros sociales las opiniones que hay sobre una vieja Winston, Sage, Scott, Thomas&Thomas, Orvis o Gary Loomis, tiene parte de folklore. Hay fanáticos de las Fendwick o de las Diamondback de los ochenta. Algún español todavía se acuerda de las Guy Plas de Boro. Hay pescadores que odian su peso (unos mg más que las actuales), o rechazan directamente que fueran de  dos o tres tramos, o que las conexiones fueran de «espigot», o que el grafito fuera de primera generación, pensando que es algo obsoleto y poco evolucionado (aunque ahora las cañas de competición más punteras se vuelven a hacer de IM6). La influencia del márketing es cada vez más fuerte y decisiva para vender más, pero en lo que todos coinciden es en el objeto de deseo que es pescar con una LL o con una Winston de aquellos años. Yo las amo. Por supuesto amo todas las cañas. Algunas más que otras. Y en mi mano, cualquiera de ellas son objetos de admiración. Pero por mi experiencia con el bambú y con un elevado número de cañas de fibra y de grafito con los que he pescado, ambos modelos clásicos son los más trucheros que jamás se hayan producido. Por supuesto, de nuevo advierto que es una opinión personal y subjetiva, y  que otros juicios o criterios serían igual de válidos. Pero me creo en el deber de dar a conocer a las nuevas generaciones que otras cañas existieron, y que algunas fueron bastante mejor que las actuales. Es una proclama para recordar  que una vez alcanzada la perfección,  lo demás son vueltas y envoltorios sobre lo mismo.


      A veces, las menos gracias a dios, las largas horas de caminata por la orilla del río se hacen aburridas debido a la monotonía del paisaje ya conocido, al calor, o simplemente porque el pescador no alcanza a liberarse de sus preocupaciones ordinarias. Sin cebas o picadas oportunas,  impaciente por llegar al final de la etapa o por volver a su hogar tras muchas horas en el cauce, su camino deviene en una penitencia que le recuerda la de esos días en los que era castigado a correr en el patio del colegio durante todo el recreo. Está impaciente por descargar su chaleco, vadeador, caña de mosca, y pasar a otra cosa. Pero el aburrimiento es a veces también una voluptuosidad tranquila, un retiro provisional lejos de ese frenesí ordinario que nos despierta desamparados y perplejos por la mañana, con las manos vacías y el tiempo lleno de un vago remordimiento por no estar del todo en la tarea pesquera. Paradójico sentimiento de pereza que no impide que recorramos unos buenos kilómetros de agua al día siguiente, haciendo lo mismo. El pescador es rico en tiempo, libre de pasarse horas tentando una poza o rodeando un lago, siguiendo el curso de un río, subiendo una orillada colina, atravesando un bosque, observando los animales o echando la siesta a la sombra de un sauce ribereño. Es el único propietario de sus horas, y nada en el tiempo como en su elemento natural: la cultura de lo clásico apacigua el tormento de lo efímero. Desde el momento en que cogemos nuestra vieja caña de mosca, ya sea de bambú, de fibra o de grafito, y nuestra bota pisa los guijarros húmedos del río, la mente pierde el interés por los últimos acontecimientos y se centra en la perfección del lance, la dulzura de las posadas y el disfrute intemporal. El gusto por utilizar una vieja Sage LL o una Winston IM6, o cualquier caña tradicional que tengamos en nuestro corazón, nos lleva al limbo de estas tres premisas anteriormente señaladas: perfección, dulzura y disfrute. A mi parecer, las nuevas cañas o evoluciones de las mismas, no han aportado nada nuevo y rompedor a las técnicas de pesca.  Cualquier modelo o fabricante actual del mercado las hace ligeras, bien construidas y quasi-perfectas. Incluso específicas para cada tipo de pesca. Pero no tienen el tacto y la acción de esas cañas diseñadas hace 25 años, y por supuesto, ninguna se ha convertido en un icono de la pesca a mosca con grafito, como lo son estas «clásicas» del siglo XX. Quizá, dentro de una década, haya otro «revival», pero esta vez de cañas actuales, aunque creo que la espiritualidad de la pesca es pura retórica, y que una buena Sage LL permanecerá siempre. Amén.


     P.D.: Aunque con la Sage LL 389 he llorado y he reído a la orilla del río, mi alma acoge también a una Sage SLT 486 de cuatro tramos que me regaló mi mujer como regalo de novios. Otra joya de la pesca con mosca seca que daría mucho de qué hablar.


1 comentario:

  1. nunca habia visto a Craig mathews en persona hasta que vi un video de el y su esposa en Montana.Siempre lleva el bear spray y nunca ha tenido un momento dificil con los grisslis.Su sparkle dun ha sido siempre mi primera mosca para efemeras y la ESP del difunto laFontaine la favorita para tricos.Con razon mathews hace años escribió el libro de pesca para yellowstone,es que vive ahí.saludos.

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