viernes, 21 de abril de 2017

La paciencia todo lo alcanza


"Small River", Ansel Adams
 Hago honor a la querenciosa frase de Santa Teresa de Jesús que da título a este escrito. No os voy a mostrar fotos de capturas, ni os enseñaré perdigones tuneados, ni siquiera os hablaré de tal y cual río. Sólo os dedicaré un minuto de mis emociones. Y es que este año he decidido esperar hasta Mayo para empezar a mostrar mi látigo a las pintonas peninsulares. Sin prisa pero sin pausa. Quiero pescar eclosiones variadas, tener presente los fuertes contrastes de la primavera con sus amapolas en flor sobre campos de lilas, embriagarme con los olores de la malvarrosa, tentar truchas resabiadas, ver coloridos atardeceres o aprovechar los morados fríos del amanecer.


    Sin embargo, aunque toda mi vida se centra en el color y su paleta de mezclas, mi inspiración durante todo el año, cuando escribo, medito o monto cañas de bambú en mi rincón favorito, es una imagen en B&W de Ansel Adams que me retrotrae a mis días  de pesca en el río. Es una foto de un río secreto, oculto y emotivo,  donde cada rasgo y figura os puede recordar a miles de arroyos inaccesibles de nuestra hermosa piel de toro. Cada milímetro me recuerda a un rincón de mi memoria, y la envidia constructiva de no poder estar allí, me facilita retrasar el día de la apertura a meses más gloriosos. De nuevo, llevo la  «paciencia» al límite. 


     Hoy en día, la simplicidad visual y el patetismo de la fotografía en blanco y negro parecen más potentes que nunca. Es algo que pocas veces veremos en el ámbito de la pesca, aunque considere que perdemos un mundo superlativo ya  que la falta de color  siempre tendrá la  capacidad de eliminar lo innecesario y concentrar el mensaje que queremos transmitir  mediante la forma, la sombra y la luz. Eso es lo que le confiere su fuerza inherente y su poder de comunicación. Eso es lo que me transmitió esa foto hace 15 años en el Ansel Adams Museum de Yosemite, y eso es lo que me animó a colgarla de la pared de mi  habitación verde, a mi regreso de aquel largo viaje. Cuanto más la admiro,  más me complace pensar una y otra vez, que cualquier temporada de pesca por venir, siempre será mejor que la pasada.


     Los que me conocen, ya saben que para mí, el acto de pescar a mosca no es sólo coger un pez, sino capturarlo con estilo. Lo mismo me ocurre con las imágenes captadas en mi retina y almacenadas en lo más profundo de mi cerebro, temporada tras temporada. Guardo matices, contrastes y contornos…quizá por ello espero con «paciencia» la llegada de los mejores momentos del río: el entretiempo antes del verano, y el estío antes del otoño. Como diría el genial Walt Whitman, me siento como un niño que espera lanzarse a la aventura, circunstancia en la que se ha convertido la pesca a mosca desde hace muchos años. Y es que la paciencia todo lo alcanza.

«Érase un niño que se lanzaba a la aventura todos los días,
Y en el primer objeto que miraba y aceptaba con asombro, piedad, amor o temor, en ese objeto se convertía, Y ese objeto se hacía parte de él durante el día o una parte del día
... o durante muchos años o largos ciclos de años. 
Las primeras lilas se hacían parte de este niño, Y la hierba y el dondiego de día, blanco y rojo y el trébol, blanco y rojo, y el canto del febe, [...] 
Y los brotes de abril y de mayo se hacían parte suya... los retoños del grano en invierno, los del maíz amarillento y las raíces comestibles del huerto, [...] 
Sus mismos padres, el que había impulsado la sustancia paterna durante la noche y lo había engendrado, y la que lo concibió en su útero y le dio a luz... ellos dieron a este niño más que eso, Le dieron después cada uno de sus días... se hicieron parte suya. 
La madre en casa poniendo plácidamente los platos en la mesa para la cena, La madre de palabras dulces... el gorro y el camisón limpios... su persona y ropas exhalando un olor sano cuando pasa; 
El padre fuerte, seguro, viril, mezquino, colérico, injusto, El bofetón, la palabra rápida y violenta, el pacto estricto, la persuasión astuta, El trato familiar, el lenguaje, la compañía, los muebles... el corazón anhelante y henchido, El afecto ómo extraños,
Si lo que parece ser así es así... o si no son más que destellos y manchas.
[...] 
El filo del horizonte, el cuervo marino en vuelo, la fragancia de la marisma y el cieno de la playa, 
Todas estas cosas se hicieron parte de aquel niño que se lanzaba a la aventura todos los días y que se lanza ahora y se lanzará a la aventura cada día,
Y todas esas cosas se hacen parte de aquel o de aquella que ahora las lee atentamente.»

Érase un niño que se lanzaba a la aventura, del libro Hojas de hierba, uno de mis poetas favoritos de Walt Whitman

Walt Whitman


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