viernes, 18 de diciembre de 2015

Esa joya llamada ORVIS CFO

      

      El próximo día de navidad estaré de doble celebración. Una es la natural en estas fechas, de reuniones familiares, amor, felicidad, turrones y champán.  La otra es de aniversario.  Hará justo 20 años que Papá Noel me trajo un carrete emblemático para la pesca con mosca: un Orvis CFO III.  Yo estaba acostumbrado a pescar  con el clásico Hardy Marquis #5, una maravilla de precisión, simpleza y efectividad. Equilibraba maravillosamente mis cañas de entonces, y carraspeaba, con un sonido estridente pero encantador,  al recoger el hilo y la línea durante la acción de pesca, o cuando una trucha de peso huía con una carrera despavorida. Amaba ese carrete porque nunca pasaba desapercibido a la orilla del río. Es más, varias veces se han ofrecido a pagar una buena cantidad de euros por él, algún coleccionista, e incluso un museo. Pero mi respuesta ha sido siempre la misma: fue mi primer carrete, y morirá conmigo. 


Sin embargo, le iba a ser infiel durante esa temporada de 1995. Estaba organizando mi primer viaje a Chile, a la Patagonia profunda , y comencé a buscar otro modelo que pudiera estrenar con las truchas australes. Quería una alternativa que fuera fiable para pescar a «streamer » o con ninfas pesadas, y lo suficientemente robusto como para aguantar las situaciones extremas del cono sur. Por aquel entonces  no había internet para buscar información sobre  los carretes del mercado, sólo funcionaba el boca a boca, y alguna tienda del sector. Pero yo era adicto a cada análisis o examen comparativo, que aparecía en  las revistas americanas a las que estaba subscrito. Pasaba sus hojas una y otra vez, para no perder detalles. Y aunque se supone que las decisiones deberían ser metódicas  y bien estudiadas cuando la inversión económica a realizar es alta, yo me he guiado mucho por mi instinto y sobre todo por la imagen visual que proyecta. La calidad y buena fabricación de cada renombrada marca de carretes, la daba por buena. Pero, como cuando uno elige un reloj de pulsera, la elegancia y prestancia en la muñeca guiará nuestra decisión final, más que la exactitud o modernidad del carrete. Entonces, cayó en mis manos un anuncio a toda página y en blanco y negro, donde aparecía un pescador cruzando un río, con la caña en lastre, y portando un carrete Orvis. No recuerdo lo que anunciaba, pero me sentía identificado con la escena. Incluso recorté la foto para tenerla de referencia y averiguar el modelo de carrete de la imagen. Cuando por fin lo supe, no dudé en adquirirlo, costase lo que costase. De ahí mi obsesión con los Orvis CFO. Y el resto, ya os lo podéis imaginar: escribí la carta a los Reyes Magos, rogando un especial esfuerzo para el regalo. Pero impaciente, no pude esperar, y me lo auto-regalé para que el hombre de rojo y barba blanca, me lo dejase en la chimenea la noche del 24 de diciembre. Realmente lo adquirí durante un viaje relámpago a Londres, en una subasta de materiales de pesca de segunda mano junto a Portobello Road.  Todavía me acuerdo la cara de tristeza que puso la viuda inglesa que me lo vendió, cuando me hizo entrega, cual reliquia, del carrete que había usado su marido hasta su feliz muerte, pescando, a la orilla del río Colne, cerca del aeropuerto de Heathrow. Al menos, así me lo contó.  Curiosamente, el CFO todavía tenía la línea sintética original, una WF acartonada por los años de uso, y un bajo de línea  rígido y caducado.



El CFO se ha convertido en un clásico moderno. Su nombre es en honor de Charles F. Orvis, que diseñó y patentó el primer carrete con agujeros de ventilación, hace más de ciento cuarenta años. Se encuentra en varios museos de pesca en el mundo, sobre todo en el «American Museum of Fly Fishing en Manchester, Vermont, USA», y sus distintos modelos, se han revalorizado hasta dos o tres veces su precio original, a lo largo de los años. Y siguen funcionando como el primer día. Su freno es simple, manual, pero con una dinámica de ajuste infinita. Eran una obra de ingeniería perfecta, sobre todo los que fueron fabricados en UK,  hasta finales de los noventa, por Hardy Brothers. Después, con el nuevo milenio, llegó el marketing, y la necesidad de incrementar la cuenta de resultados, y Orvis decidió fabricar estos carretes en China. Su relativa baja calidad y el poco éxito de los nuevos  CFO con freno de disco, casi hacen desaparecer el modelo. Pero Orvis, ayudado por las nuevas tendencias "revival", en el año 2013 volvió a sacar el CFO, manteniendo el diseño original y el  freno simple, cambiando  los diámetros y el color con respecto a los patrones anteriores, y publicitando su actual fabricación como «Made in USA».  


Mi carrete ORVIS CFO III es un «clásico raro» y de edición limitada. Se fabricó en el año 1978, en Inglaterra.  Su color es gris oliva. Y se ajusta a mis cañas de bambú perfectamente. Es un «fijo» en mi bolsa de pesca, no lo suelo sacar. Además llevo varias bobinas de reserva, cargadas con  diferentes  números de línea, y dos de ellas cargan  una línea de seda, una Chambord WF  línea #5 y una Phoenix DT línea #4, que utilizo en ríos pequeños de montaña o en suaves ríos calcáreos de la meseta, sobre todo cuando llega el estiaje del verano. Pesco con otros tipos de carretes que he acumulado a lo largo de los años, más por vicio que por necesidad. Uno de ellos incluso formó parte de mi regalo de «pedida». Pero cuando reviso mis álbumes de fotos, etiquetados por años desde 1988 hasta hoy, o rememoro los mejores lances y capturas a lo largo de mi trayectoria pesquera, me doy cuenta que el CFO  siempre ha compartido esos momentos, convirtiéndose en la joya de la corona de mi almacén mosquero.





lunes, 30 de noviembre de 2015

Nuevo Libro: «A PIE DE RÍO. Anécdotas y reflexiones de un pescador de mosca»

Os informo que por fin he publicado mi primer libro de pesca.  Hace un año, cuando inicié mi andadura en las redes sociales con este blog y con mi personal aventura TruchaBoo (www.truchaboo.com), me propuse buscar tiempo, entre las obligaciones del día a día y de la familia, para organizar las notas, apuntes, artículos y manuscritos que había escrito durante más de veinte años de pesca a mosca. El acumularlos ha sido un proceso largo y continuo, de muchos años, pero muy placentero. Me gusta escribir. Ya desde pequeño, cuando un torrente de palabras fluía en mi mente, buscaba papel y lápiz para plasmar en un folio aquellas frases aisladas que expresaban mi pensamiento, sin orden ni concierto. El objetivo era no perder ni un ápice de los mensajes que quería transmitir. Y tras múltiples correcciones y cambios, algunos se convirtieron con posterioridad en artículos de revista, y  otros los acumulé en una mohosa carpeta azul entre mis libros, con la etiqueta de «futuribles».


En general, con las nuevas tecnologías, la información de pesca está dispersa. Ocurre algo parecido con la imagen y con el sonido: cuando necesitamos algo, nunca lo encontramos (he pasado de manejar carpetas con 300 diapositivas, a utilizar una base de datos con más de 2000 imágenes). Por ello creo que unificar criterios y concentrar textos con un mismo fin, aporta valor añadido al lector curioso e interesado, en estos avatares. Al mundo piscícola y sobre todo al de la pesca a mosca, le falta cierta literatura de sillón que cuente aventuras, sensaciones o vivencias del pescador de ribera o de mar, que nos haga disfrutar de las anécdotas o desventuras de nuestro compañero cercano, y que nos haga recapacitar un poco sobre las posibilidades futuras de nuestro pasatiempo favorito. Deberíamos transmitir porqué somos, a mi parecer, los primeros defensores del entorno y de la naturaleza en general. Tenemos la obligación de explicar la suerte que tenemos de poder disfrutar de una lucha de tú a tú con un pez, que lleva durante generaciones aprendiendo a evitar los engaños y a los predadores, y poder devolver con vida a nuestros contrincantes, hasta el siguiente lance.  Y debemos enseñar a las futuras generaciones, los más jóvenes, que somos la proa de la sostenibilidad de nuestros ríos, campos y aldeas.
La trastienda de un aprendiz de escritor es compleja, y tras una lucha titánica con uno mismo y con el tiempo,  surgen novelas, ensayos o poemas, que evocarán al futuro lector, las pasiones, aventuras o desamores del que escribe. Sin embargo, cuando el tema central es la «pesca», al narrador le da la sensación de que esa labor va a ser un viaje a ninguna parte. En mi caso, soy de los que pienso que en este mundo no hay imposibles, sino sólo improbables. Y por ello me empeciné en seguir adelante con este compendio de historias, reunidas en el libro que aquí os presento.

«A pie de río» debería ser lectura no sólo para pescadores, sino también para toda esa gente que es ajena a este deporte pero que se ve afectada de manera colateral por su trascendencia: padres, hijos, parejas o amigos. Con las anécdotas y reflexiones puestas en papel, podrán entendernos un poco más. La experiencia de escribir este libro me ha enriquecido, y me ha transformado al tiempo que iba retocando los textos. Además he conseguido combinar mis tres pasiones: la escritura, la pesca, y la fotografía. En el interior del libro he apostado por incluir imágenes en blanco y negro, porque proporcionan claridad en las formas, profundidad de carácter y acción sin tiempo. Una apuesta arriesgada pero para mí distintiva. En definitiva, este libro ha sido una experiencia vital que complementa mi pasión por la pesca y sus peces, y que me adentra en nuevos hábitos, fetiches y otros recursos para atraer a las musas del río.
Entrar, comprar y leerlo. Luego ya me contaréis..
El libro lo podéis adquirir en papel o como eBook. Os adjunto el enlace:




miércoles, 16 de septiembre de 2015

Alto Tajo 2015: la teoría de la relatividad

Este Septiembre he vuelto a mi querido Alto Tajo. Repetí el tramo de Buenafuente del Sistal, para comparar, de un año a otro, el deceso o incremento de su población truchera. Este río nunca facilita las investigaciones en caliente así que uno se lo tiene que trabajar. Puede que un día no veas una sola fario en sus aguas y que al día siguiente, el río recupere sus credenciales. Sin embargo me basta con pasear sus orillas, observar sus fondos canosos, de un color marrón caolín, y fijarme en sus insectos, para hacerme una idea de hasta dónde podría llegar una jornada de pesca. 


El día prometía. Sol con alternancia de nubes, buena temperatura, y soledad en el río. Las cortas pero intensas lluvias de final de verano habían limpiado las colmatadas orillas e incrementado el mínimo flujo de agua estival. Este agua, fría pero saludable, como me tienen acostumbrado todos los ríos calcáreos que nacen en la sierra de Albarracín, genera eclosiones magníficas y variadas desde mediados de la primavera y sobre todo al inicio del otoño. Durante el paseo no había visto volar gran cosa que pudiera asegurarme el éxito: alguna oliva por ahí, pocos tricópteros danzando en los chorros, y muchos saltamontes y hormigas cercanos a la orilla, afanados en alimentarse antes de los fríos otoñales. Y con estas sensaciones me puse mis abalorios de pesca, monté la caña de bambú, y sin almorzar, a la caída de la tarde, bajé al "Puntal del Pié Labro", un cortante de roca que complica la continuidad de las veredas.  Una vez allí me elevé a zonas altas, rocas y troncos bien camuflados, que me diera ventaja para localizar sublimes cebadas aisladas, o para encontrar los movimientos rutinarios de las grandes farios en sus pozas. 


Poco o nada de ello se dio en los primeros cientos de metros. El Tajo es río incitante que aquí se ciñe o  a una canalona tumultuosa no más ancha de ocho metros, o allá se explaya en una vadera que uno no es capaz de franquear vadeando sin antes no haberse hundido en un par de metros de profundidad. Es río, pues, de muchas y muy variadas posibilidades, pero respetable. Hay corrientes vivas y cadenciosas, fácilmente dominables con una caña corta, alterna, pudiéndose llegar a raseras cantarinas, a raudales de aguas delgadas y a tablas profundas. 


En ello estaba, cuando alcancé el "Pozo de la Corbetera", con sus aguas transparentes y de color turquesa. Como siempre, y desde una atalaya de roca caliza que a modo de deslizadero se introduce en el río, pude divisar varias truchas alimentándose a media agua, poco selectivas a lo que bajase por el río. Y liderando la caravana, un metro por debajo de ellas, se encontraba la reina de la poza. Una hermosa fario que se movía al son de la corriente,  abriendo sus fauces a las ninfas esporádicas que bajaban por los canales de alimentación. Una vez se desplazaba a la derecha, otra a la izquierda. Luego se hacía poco visible, al alcanzar una sombra de la orilla o buscando las profundidades, y al rato aparecía un metro más atrás para tragar alguna ninfa apetitosa perdida en la corriente. Media vuelta y de nuevo se adelantaba a su posición. Deseaba sacar esa trucha, y para ello, puse todo mi empeño y sapiencia a ese menester. Primero analicé su comportamiento y observé el orden acompasado en la sucesión de movimientos.  Me deleitaba verla alimentarse. ¡Cuánto se aprende observando! Su aleta caudal seguía un ritmo de samba, mientras las aletas dorsal y anal se cimbreaban a un ritmo de Cha-Cha-Cha. Era el único invitado a este concierto, y quería disfrutar del momento.


Entre unas cosas y otras, había transcurrido más de una hora, y todavía no había elegido ni la posición para lanzar, ni la imitación a poner. Me repuse del encantamiento y pensé, pensé y pensé. Estaba claro que debería utilizar una ninfa, aunque la experiencia me dice que cualquier pez no hace ascos a una hormiga alada bien presentada en la corriente. Esta vez iría a lo seguro. Escudriñé la caja de moscas en busca de la ninfa más conveniente para esta situación. Elegí una oliva pesada con cabeza dorada, en un #16. Una vez elegida y anudada al bajo, resbalé por la roca hasta entrar en el río y situarme en la corriente lateral aledaña a la poza, algo menos profunda, justo por detrás de mi objetivo. Aunque el lance debía ser el correcto para ajustarme al canal de agua elegido y alcanzar la profundidad de la trucha, tenía dudas de cómo  detectar el toque de la fario cuando comiera mi imitación, puesto que pescaba río arriba y unas veces la veía al desplazarse y otras no. Miré el reloj, y había pasado otra media hora. Como un reloj de cuco, los pájaros me advertían del trascurso del tiempo. Debía, pues, darme prisa para evitar que la trucha dejase de comer. Me situé en la postura e hice mi primer lance, sólo hilo y un resquicio de cola de rata. Adelantándome al movimiento del aparejo hundido, mantenía la línea en tensión para asegurar la clavada, y en el segundo lance, capturé mi primera trucha. Una decente fario del Tajo, pero no la grande de mis sueños. Desenganché la trucha sin sacarla del agua, y volví a lanzar la ninfa esta vez entre la corriente y el parado, como un par de metros más arriba de la última posición donde la había visto. Tuve un toque que prometía…y lo volví a intentar, con la misma varada, en el mismo lugar. Un nuevo toque, y esta vez sí, clavada. Otra trucha hermosa y peleona, que alertó a mi principal objetivo: la reina del pozo.  


Indeciso me paré de nuevo a observar la postura, dejando descansar el río durante un rato. Como en una partida de ajedrez, las truchas “peones” se sacrificaban para que la reina no recibiera el jaque mate deseado. Volví a ver ninfear a la pintona, así que decidí no cambiar de táctica. Además esta me había dado muy buenos resultados: dos truchas en cuatro lances. El único cambio sería en el peso de la ninfa. Decidí poner una imitación mucho más pesada y con un par de vueltas de pavo real de bufanda, un extra de atracción para las truchas resabiadas y difíciles. Dos horas llevaba en la misma poza y con la misma trucha. Esta vez me lo decía la posición del sol.


Lancé con dificultad la nueva ninfa y vi como se hundía rápidamente hasta enganchar en los salientes de una roca. Con un par de tirones se soltó. ¿Quizá demasiado peso? Lancé una segunda vez, y percibí que la trucha reculaba y se movía en la dirección correcta hacia mi engaño. Pero en el último minuto, un extraño dragado, la alejó para volver a su posición original. Creo que se alertó al haberse dado cuenta de mi presencia. Dicen que a la tercera va la vencida, y así fue. Al lanzar el hilo con premura, para que no se lo pensase dos veces, sólo necesité ver el blanco de su boca al abrirse para tragar algo y notar un ligero tirón, para asestar una clavada final. La lucha fue menos dura de lo que pensaba, en la poza no podía correr y las cabezadas y tirones al fondo eran suavemente compensadas por las elásticas fibras del bambú. Una vez en mi salabre, y sin sacarla del agua, la devolví  a su medio. Yo creo que no se lo esperaba, y en vez de nadar y buscar cobijo, se quedo a un metro de mí, observándome mientras lentamente, cual submarino, se hundía en lo más profundo de la poza.



Desde el avistamiento de la pintona hasta su captura, devolución, y merecidos minutos posteriores de disfrute, habían pasado cerca de tres horas, las cuales me habían parecido un suspiro. La concentración nos aísla, y si aplicamos la teoría de la relatividad a las dimensiones de la pesca a mosca, podríamos decir que cuanto mayor es la fuerza gravitacional de atracción experimentada por un cuerpo, en este caso la trucha de nuestros sueños, más lento discurre el tiempo para el sujeto, en este caso el pescador. En mi caso no es así, y con paradigmas podría demostrar que aunque todo es relativo, el tiempo corre más rápido para mí que para la trucha o para el observador externo, ajeno a mi compañía, que ve a un hombre solitario, durante tres horas, sin moverse del mismo sitio. Si Einstein levantara la cabeza, seguro que corroboraría mi teoría, y a cambio, yo le convencería para que se  hiciera pescador de mosca.


jueves, 26 de marzo de 2015

No es país para viejos: la “Pheasant Tail”

    Una de las cosas que más me sorprende de nuestro vieja piel de toro, es el afán que tenemos todos los españoles de estar a la última, de ser los más modernos y aparentar, despreciando el pasado más cercano. Nos ocurre con los coches, con el móvil, con las casas e incluso con el vino. No tenemos término medio. Pasamos del blanco al negro, olvidando que entre ambos hay muchos tonos de grises. Y pensamos que lo antiguo es obsoleto y de peor calidad, quizás algo inútil para los tiempos que vivimos.


    Esta misma sensación la tengo en lo últimos tiempos con la pesca a ninfa, y en especial, con la tan manoseada pesca al hilo con perdigón. Parece que las demás técnicas son poco eficaces, y  han llegado a desaparecer del repertorio de muchos pescadores a mosca. Lo podéis corroborar a lo largo de esta próxima temporada: habrá pocos mosqueros en el río, y menos entre los pescadores recién llegados, que pesque con ninfas tradicionales. La floreada primavera pasada, tentando el tramo libre sin muerte del río Gallo, encontré a dos pescadores penitentes afanados en desenganchar de las múltiples  ovas del río, un par de perdigones que estaban atados a un hilo del 8X. Les ayudé a solucionar el problema mientras hilaba la hebra con lo bien que bajaba el río, con las pesca a pez visto, con lo difícil que es pescar entre ranúnculos,…, cuando una fario se cebó a emergentes varios metros más arriba. Les animé a cambiar de mosca y a probar suerte. Cuál fue mi desazón cuando uno de ellos me dijo que sólo llevaban nylon, que la segunda caña preparada la habían dejado en el coche por no cargar con ella todo el día, y dicho y hecho, se acercó a hurtadillas y lanzó de nuevo el perdigón oliva, rompiendo la postura de la trucha y volviendo a enredar en las ocas del fondo. Incrédulo, les desee suerte y continué con mi ninfa de poco peso sacando truchas a ceba vista ¿Queréis otra muestra? Desde que di de alta mi página “facebook” me he visto invadido por miles de duchos montadores al uso o por noveles y jóvenes iniciados en el menester de mezclar hilo, pluma y anzuelo. Es sumamente enriquecedor, sobre todo cuando veo que comparten mi misma pasión por la creación de imitaciones de insectos del río. De ellos, el 30% han creado secas o emergentes en general, y del resto, el 80% solo crea o inventa perdigones. Debe ser un afán por emular a las estrellas de la competición en la pesca a mosca, aunque no puedo negar la efectividad de estos engaños a la hora de sacar del fondo a las aletargadas truchas de nuestros ríos, sobre todo cuando no hay eclosiones visibles.

Primera versión de ninfa "Pheasant Tail"
    En mi caso y desde hace muchos años, la falta de eclosiones la suplo con una ninfa PT hecha sólo con cola de faisán e hilo de cobre. Puedo cambiar los tonos, y alguna vez añado una bola dorada para profundizar más rápidamente en los rabiones, pero suele ser la excepción. ¡Cuántas veces me han preguntado desde la orilla del río lo que  llevaba atado en mi puntal, mientras sacaba alguna que otra trucha más que la mayoría! Y cuando les decía que una “Pheasant Tail” o PT, me miraban con incredulidad. Esta mosca me ha dado el mayor número de satisfacciones (si exceptuamos a la Adams Parachute en seca) cuando la pesco como ninfa o como emergente, a cualquier profundidad, y en cualquier mes de la temporada. Y sobre todo, es mortal a trucha vista.  Es el engaño perfecto: delicado, fino, suave al tacto y de un color que abunda en todas nuestras masas de agua. Su creador,  Frank Sawyer, afirmaba que la pesca a ninfa a trucha vista era la manera más fascinante de todos los clases de pesca. Y que incluso durante los duros calores del verano, cuando el sol  está alto y el nivel de agua es bajo, y cuando se reúnen  las mejores condiciones para ver un pez en sus posturas, afirmaba que este tipo de pesca era el más difícil arte de pesca a mosca. Sawyer estudió los hábitos de las truchas del Test y del Avon, en Inglaterra, y en sus limpias y cristalinas aguas observaba los comportamientos de las ninfas antes de eclosionar, tomando nota de  su alto contraste con respecto al entorno, y sobre todo de su inerte falta de movimiento al dejarse arrastrar por la corriente. Estas observaciones rompía moldes y contradecía todo lo descrito con anterioridad, y para demostrarlo, creó la imitación “Pheasant Tail”, basada en su favorita mosca seca: la “Pheasant Tail Red Spinner”. La artificial era pescada o en el fondo, imitando las ninfas todavía sin eclosionar que se desplazan por la corriente en el río con sus patas pegadas al cuerpo y con un pronunciado saco alar, o en la misma superficie, cuando una eclosión ya estaba ocurriendo. Sawyer quería una imitación que fuera transluciente a la luz y que además diera halos de brillo para simular el efecto del aire en el interior de una exuvia de mosca a punto de emerger. Eso lo consiguió con los materiales disponibles entonces: fibras de faisán e hilo de cobre.

Ninfas: Bocetos de Sawyer

Ninfas de Sawyer válidas para cualquier río calcáreo de la península
    En sus memorias dice que tardó más de seis meses en conseguir el diseño idóneo para engañar a las truchas. Si pensamos que era el guarda del río Avon y que pescaba todos los días del año, es un tiempo más que suficiente para asegurar la efectividad de la PT. Y  afirmaba que esta imitación se debía lanzar con tanta suavidad y delicadeza como si fuera una seca, siendo la clave para el éxito la forma, el color y el tamaño.

Mis variaciones sobre la PT o ninfa hecha con cola de faisán
    Quizá los pescadores que nos hemos formado en el difícil arte de engañar una trucha en los ríos calcáreos de la meseta, ya sea Tajo, Gallo, Cabriel, Ucero o Avion, apreciemos lo que una ninfa como la “Pheasant Tail” puede hacer. A media profundidad yo he visto peces moverse hasta cuatro metros para tomar una imitación montada en un #16. Pescada en tandem, una oliva en seca como señalizador en un #16 junto a una ninfa en un #18, hace estragos en esas truchas recelosas que saben y han visto de todo. Usando un “furled leader” con punta en identificador de picada, y con 60cm de fluorocarbono, registro las tablas y parados de muchos  super-famosos ríos leoneses, tentando una y otra vez a las truchas que recorren erráticamente  los fondos, y dándome la mayoría de las veces, magníficas capturas. Y como ocurría hace 80 años, la clave está en la forma, el color y en el tamaño.
Mi caja de ninfas sin perdigones...diferentes formas, tamaños y colores.

Furled leader con identificador de picada + 60cm de fluorocarbono + ninfa PT
    Yo las monto tradicionales al estilo Sawyer, en anzuelo recto y con hilo de cobre fino; al estilo emergente, con anzuelo curvo y con saco alar brillante; pesadas con cabeza dorada o cobriza para darlas más peso; con patas de faisán o con perdiz; pero ninguna es más elegante, lisa y fácil de penetrar en la superficie del agua, que la original hecha con hilo de cobre. Cualquiera de ellas me ha dado buenos resultados, aunque yo soy de los que consideran que lo menos complejo en el torno de montaje, respetando las reglas de proporción y atracción de la trucha, es lo más eficaz para engañarla. Las hago en anzuelos desde un #14 hasta un #20, utilizando todos los tamaños y formas según avanza la temporada. La manera de montarlas las podéis encontrar en cualquier libro o página web, y la imaginación para innovarla no tiene límites.

Mi montaje favorito
    Hay un libro llamado “Fly-Fishing the Montana Spring Creeks”, de John Mingo que me fascinó por las técnicas simples pero eficaces que utiliza para engañar a truchas de 2 kilos o más en ríos calcáreos americanos. Con un equipo básico, Winston IM6, línea del #4 y más de diez variantes de la “Pheasant Tail”, este viejo guía americano es capaz de solucionar cualquier eclosión que se le presente en el río. No tiene trucos ni complicaciones: lo tradicional, mil veces probado, es lo que vale una vez más.

    Dicho todo esto, no estoy en contra de los perdigones. Es más, llevo una caja en mi morral con cinco o seis variantes para ser usada en cualquier momento, y he de reconocer que me han dado recompensa cuando nada más parecía funcionar en el río. Sin embargo, creo que aquellos noveles que se incorporen a este maravilloso mundo de la pesca a mosca deberían tener otras opciones en su arsenal, y debemos enseñarles que no por ser modelos antiquísimos (la “Pheasant Tail” tiene casi 100 años) tienen algo que desmerecer para tentar a nuestras queridas pintonas. Y para los más caducos mosqueros y competidores, breados en mil y una batallas, recordarles que hay que volver a leer a los clásicos pescadores de ninfa para que vean que no sólo de perdigones vive el hombre, y que este sí “es un país para viejos”.


domingo, 25 de enero de 2015

Cómo elegir una caña de bambú

  Hay un resurgir  de las cañas de bambú como paradigma de la pesca a mosca. A la vez se están convirtiendo en un goloso deseo de coleccionistas. En general de todo lo “vintage”, quizás influido por  el exceso tecnológico al que estamos sometidos por los fabricantes de grafito, carretes y líneas, año tras año. No hay verano o feria en USA, líder con respecto a Europa del marketing indirecto,  con el que no nos sorprendan con una caña más rápida, más ligera, súper especializada en ninfa, o de longitudes extremas para la pesca al hilo. Ahora hay mucho interés en conocer el funcionamiento del bambú y su mecánica, su artesanía y su labor.


  Cada semana respondo  a bastantes preguntas de pescadores a mosca, muchos españoles y algunos de allende los mares,  que les gustaría acceder a la esencia del bambú pero tienen miedo de caer al vacío. Y con el precio de las cañas de grafito de última generación  subiendo y subiendo cada año, una buena caña de bambú ya no es tan difícil de alcanzar por algunos bolsillos y comienza a ser abordable para muchos presupuestos. Bastantes de estos mosqueros sienten que este tipo de cañas son elegantes y únicas, maravillosamente eficaces en acción de pesca, y un objeto de deseo para llevar al río. Pero tienen dudas, no saben cómo acceder a este mundo del bambú, en parte por desconocimiento y muchas veces por temor a ser engañados. Es un paso responsable por el nivel de inversión, que curiosamente, con el grafito, no tomamos.


  Por todo ello, pensé que era el momento de publicar una ayuda para aquellos que estén pensando comprar su primera caña de bambú. Este escrito no pretende ser un completo “cómo hacerlo”, sino más bien una baliza que muestre la dirección correcta cuando se empieza uno a preguntar “¿Qué caña de bambú debería comprar?” y no queramos desviarnos del camino.


  Lo primero que debes hacer es no tener en cuenta los mitos y estereotipos que has oído sobre las cañas de bambú. No todas son de acción lenta, ni son tan frágiles para poderse romper fácilmente. Recuerda que hubo un tiempo en el que todas las cañas de pescar a mosca se hacían de bambú, y que muchas de ellas todavía se están utilizando en acción de pesca. El bambú, gramo a gramo y centímetro a centímetro, es más fuerte que el acero y que el grafito y una caña bien cuidada, nos puede durar varias generaciones. En Asia, el bambú se utiliza en vigas, columnas y andamios en los edificios. Un ejemplo de su dureza.


  Considero que aprender un poco de la historias de las cañas de bambú pueden ser útil. La curiosidad nos amplia el conocimiento. Os diré que la edad de oro de las cañas de mosca de bambú duró de 1927 a 1970 mas o menos, y que los nombres de todos los montadores artesanos de esta época surgen en todas las conversaciones que haya sobre cañas de bambú. Sea por sus acciones, técnicas de construcción o por los modelos que crearon, de la misma manera que hoy hablamos de Winston, Sage, Scott o Hardy como creadores de diferentes estilos, calidades, valores o funcionamiento, en el mundo del bambú te tendrás que familiarizar con nombres históricos como Leonard, Payme, Dickerson, Young, Edwards, Granger y Heddon. O con fabricantes de hoy en día como Glenn Bracket, Mike D. Clark, Tom Morgan, Oyster, Edward Barner o Christian Strixner Ninguno es mejor que el otro. Les diferencia la distinta filosofía de enfrentarse ante la misma tarea: hacer una caña perfecta.


  Las cañas de hoy en día se hacen de un bambú llamado Tonkin, que proviene de unos valles montañosos al noroeste de China. Es el mejor bambú por tener una relación dureza/flexibilidad extraordinaria. Es una caña poco cónica, bastante cilíndrica, con nudos poco marcados y con una tonalidad de color amarillento verdoso. Es un bambú fibroso y resistente, Crecen en unos valles donde el viento las mueve y modela desde que nacen. Esa es una de las razones de su aguante a cargas, presiones  y curvaturas extremas. Por lo tanto, cuando adquieras una caña de bambú, asegúrate de que es Tonkin.


  Piensa en lo que quieres que haga tu caña de bambú. ¿Buscas una caña “esmoquin”? Es decir, quieres una caña de exposición para sacarla dos o tres veces por temporada del coche y hacer alarde de pedigrí y estatus, o quieres algo sólido y seguro como una caña de 8 pies y línea 5 con la cual puedas pescar todos los días de la temporada? Las cañas de bambú vienen en diferentes longitudes y números de línea, como las cañas de grafito y son tan eficaces o más para las tareas y acciones de pesca que nos surgen en cada salida de pesca. Es verdad que son algo más pesadas que el grafito cuando se las compara en una báscula, pero una vez puesto un carrete que equilibre la caña  a nuestro gusto, y cuando comenzamos a lanzar, nos damos cuenta que la sensación de peso es bastante menor, y tiende a desaparecer a la tercera o cuarta posada. Son cañas globales de pesca, no especializadas en ciertas técnicas de pesca. Para pescar al hilo con ninfa, la caña de bambú no es el  instrumento más eficiente aunque con cierta pericia y disciplina, mostrará su eficacia comparado con un grafito de 10’.   Son instrumentos para pescar a seca, emergente o ninfa, sea cual sea su longitud, con un excelente manejo de hilos de 8 o 10 centésimas, sin inmutarse ante farios de cierto calibre. Por lo tanto, reflexiona dónde pescarás con ella, río grande o chico, y en qué entorno la vas a utilizar. Con esta decisión pasaríamos a la siguiente fase: el modelo y acción.


  A diferencia del grafito, un montador artesano habilidoso será capaz  de dar a su cliente una caña ajustada a su particular forma de lanzar o estilo de pesca. Os aseguro que podéis encontrar una caña de bambú que se ajuste perfectamente a vuestras necesidades. Y es que el bambú es con el único material que se puede crear todos los tipos de perfiles y acciones.  Yo pesco con cañas de 7’6”, de 8’ y de 8’6”, de líneas #4 y#5. Pero algunas veces lanzo líneas #3 con estas mismas cañas, en ríos anchos y abiertos, donde los lances son amplios, o en ríos pequeños o calcáreos donde la fineza es un requisito. Y es que el material “bambú” facilita la carga de las cañas sea cual sea la cantidad de línea fuera de las anillas. Tenerlo en cuenta vuestras preferencias, recapacitar y ponerlas en una lista, porque tendréis que explicárselo al fabricante de vuestra caña en el momento oportuno.


  Sería aconsejable poder salir, lanzar y pescar distintos tipos de cañas de bambú. Sin embargo es algo complicado en España, porque hay muy pocas cañas de bambú disponibles entre los pescadores y es muy difícil encontrar pescadores en las orillas de nuestros ríos con una de ellas. A la orilla del río, me gusta hilar la hebra e intercambiar ideas y opiniones con otros paisanos, cosa que me enriquece como pescador y como persona. Doy muchas moscas, al menos aquellas  con las que tengo capturas durante la jornada, y siempre ofrezco que lancen un rato con mi caña de bambú para que tengan sensaciones diferentes y puedan notar sus diferencias. Puedo deciros que muchos de ellos se han convertido al místico mundo del bambú: me han llamado con posterioridad para que les hiciera una caña o para que les aconsejara algún montador o para preguntarme dudas. Esto que suelo hacer es la excepción, más que la regla, de lo que nos encontramos a la orilla del río. No todo el mundo cede sus herramientas de trabajo y “nuestra” caña se ha convertido en un tótem sagrado. Muchas veces he propuesto llevarlas a alguna feria o demostración de pesca, para que la gente las vea y las lance, pero tengo que decir que hasta ahora no he tenido mucho éxito.


  Una cosa muy importante, al menos en mi opinión, es mantener un contacto cercano y directo con el fabricante de tu caña de bambú. Te podrá dar información del estado de la caña, consejo del tipo de acción, colores de los adornos, tipo de mango de corcho, posición del carrete, mejor número y tipo de línea a utilizar o explicarte el origen histórico del perfil y acción de la caña que tendrás en el futuro. Es decir, una plena inmersión en el mundo del bambú. No es que te quieran convertir en un “friki” del bambú como lo soy yo, sino quieren que termines amando el bello artilugio de pesca que te va a traspasar cuando finalice y te envie la caña. Quieren que les  recuerdes por las horas de dedicación y mimo que han dado a tu “tótem”. También debéis tener paciencia. Mucha paciencia. Las cañas desde que se solicitan hasta que las tienes en la mano pueden ser de 3 meses a 5 años, dependiendo de los fabricantes, del stock y del número de pedidos que tengan. Y tener claro que el orden nunca se cambia…si eres el 30, serás el 30 en ser construida. Nunca se os ocurra intentar convencer a un montador de cañas de vuestra urgencia. La entenderán  pero no la compartirán.


  Sobre el precio, me remito a las palabras de John Gierach en su libro “Fishing Bamboo”: una buena caña de bambú, nunca ha sido barata. Encontraremos cañas entre 750€ tirando por lo bajo hasta los 3000€ para cañas nuevas, estando la mayoría entre los 1000€ y los 2000€. Puede parecer caro, pero si sopesas el coste del trabajo (de 60 a 70  horas por caña), las partes mecanizadas a construir, los materiales usados, a veces difíciles de conseguir, y la amortización de los equipos y gastos intrínsecos de cualquier negocio, al fabricante artesano de cañas de bambú le quedan unas pírricas ganancias por hora de trabajo. No mucho para poderse mantener como artesano autónomo, sobre todo cuando necesitas reinvertir ciertas ganancias en el negocio. También es justo decir que no siempre debemos mirar el precio como el factor determinante de la calidad: hay cañas de precios más asequibles que son auténticas maravillas y te sorprenderían el poder de lanzado. Además el precio en el rango bajo-medio de las cañas de bambú es muy competitivo cuando lo comparamos con el precio que nos piden por las cañas de grafito de última generación o por el vadeador número uno del mercado. Un punto a tener en cuenta es la revalorización de este tipo de cañas. En el mercado de segunda mano, las cañas de fabricantes clásicos se llegan a cotizar hasta 10.000€. Como veréis, es una buena inversión.

  Sugiero que evites comprar cañas de eBay y algunas cañas de bambú hechas en China. Nos pueden dar gato por liebre, y en algunas compras de segunda mano, si no vas con un experto, tener cuidado porque pueden tener defectos que luego cueste mucho más subsanarlos. 


  Finalmente, utiliza internet a tu favor. Hay docenas de Webs con fabricantes americanos y europeos que están a tu disposición. Antes de hacer una petición de compra, echarlas un vistazo, y ¡ojo! con los impuestos de importación y costes de envío cuando las cañas vienen de allende del océano: lo precios se incrementarán un 30%.


  Dicho todo esto, me tenéis a vuestra disposición para resolveros todas las dudas que os surjan, sea por facebook, messenger, página web de bambú (http://www.truchaboo.com), o a través de mi blog.  

Buena suerte en vuestra búsqueda.