Este Septiembre he vuelto a mi querido Alto Tajo. Repetí el
tramo de Buenafuente del Sistal, para comparar, de un año a otro, el deceso o
incremento de su población truchera. Este río nunca facilita las
investigaciones en caliente así que uno se lo tiene que trabajar. Puede que un
día no veas una sola fario en sus aguas y que al día siguiente, el río recupere
sus credenciales. Sin embargo me basta con pasear sus orillas, observar sus
fondos canosos, de un color marrón caolín, y fijarme en sus insectos, para
hacerme una idea de hasta dónde podría llegar una jornada de pesca.
El día prometía. Sol con alternancia de nubes, buena temperatura,
y soledad en el río. Las cortas pero intensas lluvias de final de verano habían
limpiado las colmatadas orillas e incrementado el mínimo flujo de agua estival.
Este agua, fría pero saludable, como me tienen acostumbrado todos los ríos
calcáreos que nacen en la sierra
de Albarracín, genera eclosiones magníficas y variadas desde mediados de la
primavera y sobre todo al inicio del otoño. Durante el paseo no había visto
volar gran cosa que pudiera asegurarme el éxito: alguna oliva por ahí, pocos
tricópteros danzando en los chorros, y muchos saltamontes y hormigas cercanos a
la orilla, afanados en alimentarse antes de los fríos otoñales. Y con estas
sensaciones me puse mis abalorios de pesca, monté la caña de bambú, y sin
almorzar, a la caída de la tarde, bajé al "Puntal del Pié Labro", un
cortante de roca que complica la continuidad de las veredas. Una vez allí
me elevé a zonas altas, rocas y troncos bien camuflados, que me diera ventaja
para localizar sublimes cebadas aisladas, o para encontrar los movimientos
rutinarios de las grandes farios en sus pozas.
Poco o nada de ello se dio en los primeros cientos de
metros. El Tajo es río incitante que aquí se ciñe o a una canalona
tumultuosa no más ancha de ocho metros, o allá se explaya en una vadera que uno
no es capaz de franquear vadeando sin antes no haberse hundido en un par de
metros de profundidad. Es río, pues, de muchas y muy variadas posibilidades,
pero respetable. Hay corrientes vivas y cadenciosas, fácilmente dominables con
una caña corta, alterna, pudiéndose llegar a raseras cantarinas, a raudales de
aguas delgadas y a tablas profundas.
En ello estaba, cuando alcancé el "Pozo de la
Corbetera", con sus aguas transparentes y de color turquesa. Como
siempre, y desde una atalaya de roca caliza que a modo de deslizadero se
introduce en el río, pude divisar varias truchas alimentándose a media agua,
poco selectivas a lo que bajase por el río. Y liderando la caravana, un metro
por debajo de ellas, se encontraba la reina de la poza. Una hermosa fario que se
movía al son de la corriente, abriendo sus fauces a las ninfas
esporádicas que bajaban por los canales de alimentación. Una vez se desplazaba
a la derecha, otra a la izquierda. Luego se hacía poco visible, al alcanzar una
sombra de la orilla o buscando las profundidades, y al rato aparecía un metro
más atrás para tragar alguna ninfa apetitosa perdida en la corriente. Media
vuelta y de nuevo se adelantaba a su posición. Deseaba sacar esa trucha, y para
ello, puse todo mi empeño y sapiencia a ese menester. Primero analicé su
comportamiento y observé el orden acompasado en la sucesión de movimientos. Me deleitaba verla alimentarse. ¡Cuánto se
aprende observando! Su aleta caudal seguía un ritmo de samba, mientras las
aletas dorsal y anal se cimbreaban a un ritmo de Cha-Cha-Cha. Era el único
invitado a este concierto, y quería disfrutar del momento.
Entre unas cosas y otras, había transcurrido más de una
hora, y todavía no había elegido ni la posición para lanzar, ni la imitación a
poner. Me repuse del encantamiento y pensé, pensé y pensé. Estaba claro que
debería utilizar una ninfa, aunque la experiencia me dice que cualquier pez no
hace ascos a una hormiga alada bien presentada en la corriente. Esta vez iría a
lo seguro. Escudriñé la caja de moscas en busca de la ninfa más conveniente
para esta situación. Elegí una oliva pesada con cabeza dorada, en un #16. Una
vez elegida y anudada al bajo, resbalé por la roca hasta entrar en el río y
situarme en la corriente lateral aledaña a la poza, algo menos profunda, justo
por detrás de mi objetivo. Aunque el lance debía ser el correcto para ajustarme
al canal de agua elegido y alcanzar la profundidad de la trucha, tenía dudas de
cómo detectar el toque de la fario
cuando comiera mi imitación, puesto que pescaba río arriba y unas veces la veía
al desplazarse y otras no. Miré el reloj, y había pasado otra media hora. Como
un reloj de cuco, los pájaros me advertían del trascurso del tiempo. Debía,
pues, darme prisa para evitar que la trucha dejase de comer. Me situé en la
postura e hice mi primer lance, sólo hilo y un resquicio de cola de rata.
Adelantándome al movimiento del aparejo hundido, mantenía la línea en tensión
para asegurar la clavada, y en el segundo lance, capturé mi primera trucha. Una
decente fario del Tajo, pero no la grande de mis sueños. Desenganché la trucha
sin sacarla del agua, y volví a lanzar la ninfa esta vez entre la corriente y
el parado, como un par de metros más arriba de la última posición donde la
había visto. Tuve un toque que prometía…y lo volví a intentar, con la misma
varada, en el mismo lugar. Un nuevo toque, y esta vez sí, clavada. Otra trucha
hermosa y peleona, que alertó a mi principal objetivo: la reina del pozo.
Indeciso me paré de nuevo a observar la postura, dejando
descansar el río durante un rato. Como en una partida de ajedrez, las truchas
“peones” se sacrificaban para que la reina no recibiera el jaque mate deseado. Volví
a ver ninfear a la pintona, así que decidí no cambiar de táctica. Además esta me
había dado muy buenos resultados: dos truchas en cuatro lances. El único cambio
sería en el peso de la ninfa. Decidí poner una imitación mucho más pesada y con
un par de vueltas de pavo real de bufanda, un extra de atracción para las
truchas resabiadas y difíciles. Dos horas llevaba en la misma poza y con la
misma trucha. Esta vez me lo decía la posición del sol.
Lancé con dificultad la nueva ninfa y vi como se hundía
rápidamente hasta enganchar en los salientes de una roca. Con un par de tirones
se soltó. ¿Quizá demasiado peso? Lancé una segunda vez, y percibí que la trucha
reculaba y se movía en la dirección correcta hacia mi engaño. Pero en el último
minuto, un extraño dragado, la alejó para volver a su posición original. Creo
que se alertó al haberse dado cuenta de mi presencia. Dicen que a la tercera va
la vencida, y así fue. Al lanzar el hilo con premura, para que no se lo pensase
dos veces, sólo necesité ver el blanco de su boca al abrirse para tragar algo y
notar un ligero tirón, para asestar una clavada final. La lucha fue menos dura
de lo que pensaba, en la poza no podía correr y las cabezadas y tirones al
fondo eran suavemente compensadas por las elásticas fibras del bambú. Una vez
en mi salabre, y sin sacarla del agua, la devolví a su medio. Yo creo que no se lo esperaba, y
en vez de nadar y buscar cobijo, se quedo a un metro de mí, observándome
mientras lentamente, cual submarino, se hundía en lo más profundo de la poza.
Desde el avistamiento de la pintona hasta su captura,
devolución, y merecidos minutos posteriores de disfrute, habían pasado cerca de
tres horas, las cuales me habían parecido un suspiro. La concentración nos
aísla, y si aplicamos la teoría de la relatividad a las dimensiones de la pesca
a mosca, podríamos decir que cuanto mayor es la fuerza gravitacional de
atracción experimentada por un cuerpo, en este caso la trucha de nuestros
sueños, más lento discurre el tiempo para el sujeto, en
este caso el pescador. En mi caso no es así, y con paradigmas podría demostrar
que aunque todo es relativo, el tiempo corre más rápido para mí que para la
trucha o para el observador externo, ajeno a mi compañía, que ve a un hombre
solitario, durante tres horas, sin moverse del mismo sitio. Si Einstein
levantara la cabeza, seguro que corroboraría mi teoría, y a cambio, yo le
convencería para que se hiciera pescador de
mosca.
Precioso, comparto contigo la experiencia y las sensaciones. He pescado ese tramo alguna vez y la sensación de que el tiempo se para, pero a la vez corre y se pasa el día sin darte cuenta también la siento. Bonito río el Tajo.
ResponderEliminarPrecioso, comparto contigo la experiencia y las sensaciones. He pescado ese tramo alguna vez y la sensación de que el tiempo se para, pero a la vez corre y se pasa el día sin darte cuenta también la siento. Bonito río el Tajo.
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